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Un cultivo forestal es una plantación de especies vegetales de interés comercial, alineadas, de la misma edad y, por regla general, alóctonas, ya que se encuentran fuera de su área geográfica natural.
Esta es la definición que aparece en nuestro primer artículo de la serie Doce meses, doce cuestiones. Consideramos muy importante que un cultivo forestal no se confunda con un bosque, aunque muchas personas puedan pensar que han paseado por un bosque cuando en realidad han estado en una plantación de pinos o chopos, por ejemplo. El hecho de que haya árboles no implica que sea un bosque, esto ha quedado suficientemente aclarado en artículos previos.
¿Por qué se denominan cultivos forestales?
Pues porque consisten en plantaciones de especies arbóreas con una finalidad, que es obtener un producto. Éste puede ser celulosa, madera, caucho, aceite, etc. En algunos casos, la producción de madera se ofrece a particulares como un modo de inversión económica a largo plazo. Una persona subvenciona una parte de la plantación invirtiendo en ella y después obtiene un porcentaje de los beneficios de la venta de la madera.
Hay una trampa que justifica socialmente este tipo de cultivos y es la sostenibilidad. Los árboles son sumideros de carbono, ya que captan el dióxido de carbono del aire y lo acumulan en forma orgánica en su tronco. Esto por sí solo no implica que plantar árboles, sin más, sea necesariamente bueno para el medio, ya que las plantaciones tienen un grave impacto sobre el ecosistema.
Por otro lado, la obtención de energía de la biomasa a partir de restos madereros parece una idea brillante, ya que ofrece un balance de carbono neutro (se quema la misma cantidad de carbono que se fijó por fotosíntesis). Pero esta es otra trampa, ya que no se considera la producción de dióxido carbono en las tareas de plantación, tala, transporte, procesado, etc., que inclina la balanza hacia una producción neta de dióxido de carbono.
Respecto a la obtención de pasta de papel, la industria papelera tiene una gran importancia económica. España es el sexto productor de papel y celulosa en la Unión Europea, exportando el 50% de su producción. Uno de los árboles protagonistas en la producción de papel es el eucalipto. En la Península Ibérica, existen plantaciones de eucalipto blanco (Eucaliptus globulus) en la zona litoral y principalmente en Galicia y centro de Portugal.
Para otros fines, como los suelos de madera, se utiliza el eucalipto rojo (Eucaliptus calmadulensis), presente en plantaciones en la zona sur y suroeste de la península. También se está introduciendo E. nitens en las zonas interiores del norte y noroeste.
Otras especies utilizadas en las plantaciones industriales son el pino o el chopo, y en otras partes del mundo la palma aceitera (Indonesia), picea, abedul (Europa)…
¿Por qué desiertos verdes?
Las plantaciones forestales causan severos impactos en el ecosistema. En primer lugar, se ubican habitualmente en lugares que previamente estaban ocupados por bosques, causando una reducción drástica de su terreno. Los bosques habitualmente están refugiados en territorios cuya pendiente no es adecuada para el cultivo agrícola, pero sí para la explotación forestal. Además, los suelos donde anteriormente había un bosque son más profundos y ricos en nutrientes, lo que hará que la productividad de la plantación sea buena.
Otro problema es el carácter invasor de algunas especies. En el caso de los eucaliptos, esto es más patente tras un incendio.
Por otro lado, malas prácticas en la gestión forestal en sí también tienen consecuencias negativas, como son, por ejemplo, una preparación del terreno que destruya la estructura del suelo, la eliminación de la vegetación existente, el arado a favor de pendiente, los aterrazamientos, los marcos de plantación, las labores intensivas (extracción de todos los restos de corta, tocones y el horizonte orgánico), cortas frecuentes que mantienen continuamente una población joven…
Las técnicas de laboreo utilizadas producen como consecuencia descensos en la materia orgánica y en los nutrientes y mayores tasas de erosión hídrica. Además, el hecho de extraer madera de la plantación de forma intensiva y sin dejar los restos de poda no permite la reposición de los nutrientes del suelo.
A medio plazo, se produce una pérdida de suelo y la disminución de su fertilidad. El suelo es un recurso que se renueva de forma muy lenta y siempre y cuando exista la vegetación y procesos adecuados para su recuperación.
Otro aspecto que perjudica seriamente el medio es el uso de fertilizantes, de herbicidas para eliminar el sotobosque y de plaguicidas.
La eliminación de las especies vegetales que formaban el bosque conlleva una pérdida de biodiversidad, no sólo debida a la desaparición de árboles y arbustos, sino a la de las herbáceas asociadas, helechos, musgos, líquenes y hongos.
Deja de haber refugio y sustento para los animales, que no tienen donde habitar y se desplazan o eliminan sus poblaciones. Desaparece la estructura del ecosistema.
Por otro lado, se produce una degradación y/o desaparición de los recursos hídricos locales, como consecuencia del uso masivo de agrotóxicos, el consumo excesivo de agua por los monocultivos, la modificación de las propiedades del suelo por el cultivo introducido, las obras de drenaje y la erosión del suelo.
Además de todos estos impactos sobre el medio, se producen consecuencias negativas sobre la población vecina, como es la menor disponibilidad de tierra para la producción de alimentos. Desaparecen también los recursos que ofrecía el bosque (frutos, fibras, madera, medicinas, carne, miel, hongos, etc.). En países menos desarrollados, puede producirse la expulsión de campesinos e indígenas de sus territorios. Los árboles introducidos sólo sirven a la empresa que los plantó, no a las poblaciones locales, por lo que la comunidad queda en situación de dependencia con respecto al poder económico y político de la empresa.